domingo, 1 de octubre de 2017

Matutinas para adultos, damas y jovenes.

ATENCIÓN! el devocional de jóvenes para hoy, contiene datos importantes sobre Alejandro Magno y las profecías de Daniel.

Domingo 1 de octubre 2017 | Devoción Matutina para Adultos | El pilar central del adventismo

JESÚS, NUESTRO SUMO SACERDOTE

«¿Cuánto más va a durar esta visión del sacrificio diario, de la rebeldía desoladora, de la entrega del santuario y de la humillación del ejército?». Daniel 8: 13, NVI

EL PASAJE BÍBLICO que más que ninguno había sido el fundamento y el pilar central de la fe adventista era la declaración: «Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado» (Daniel 8:14). Estas palabras habían sido familiares para todos los que creían en la próxima venida del Señor. La profecía que encerraban era repetida como santo y seña de su fe por miles de bocas. Todos sentían que sus esperanzas más gloriosas y más queridas dependían de los acontecimientos en ella predichos. Había quedado demostrado que aquellos días proféticos terminaban en el otoño del año 1844. En común con el resto del mundo cristiano, los adventistas creían entonces que la tierra, o alguna parte de ella, era el santuario. Entendían que la purificación del santuario era la purificación de la tierra por medio del fuego del último día, y que ello se verificaría en el segundo advenimiento. De ahí que concluyeran que Cristo volvería a la tierra en 1844.

Pero el tiempo señalado había pasado, y el Señor no había aparecido. Los creyentes sabían que la Palabra de Dios no podía fallar; su interpretación de la profecía debía estar pues errada; pero, ¿dónde estaba el error? Muchos cortaron sin más ni más el nudo de la dificultad negando que los 2,300 días terminaban en 1844. Esta afirmación no podía apoyarse con prueba alguna, a no ser con la de que Cristo no había venido en el momento en que se le esperaba. Se alegaba que si los días proféticos hubieran terminado en 1844, Cristo habría vuelto entonces para limpiar el santuario mediante la purificación de la tierra por fuego, y que como no había venido, los días no podían haber terminado. […]

Pero Dios había dirigido a su pueblo en el gran movimiento adventista; su poder y su gloria habían acompañado la obra, y él no permitiría que esta terminara en la oscuridad y en un chasco, para que se la cubriera de oprobio como si fuera una mera emoción mórbida producto del fanatismo. No iba a dejar su Palabra envuelta en dudas e incertidumbres. […]

Encontraron en la Biblia una explicación completa de la cuestión del santuario, su naturaleza, su situación y sus servicios; pues el testimonio de los escritores sagrados era tan claro y tan amplio que despejaba este asunto de toda duda.— El conflicto de los siglos, cap. 24, pp. 405-407.


Domingo 1 de octubre 2017 | Devoción Matutina para Damas | En las palmas de mis manos


“Porque el Señor […] tiene compasión de sus pobres. […] Grabada te llevo en las palmas de mis manos; tus muros siempre los tengo presentes” (Isa. 49:13,16, NVI).

Las relaciones son tesoros muy frágiles. Pueden fallar por diferentes razones: un malentendido, un conflicto sin solución, un miedo originado en relaciones pasadas… Todo esto debilita una nueva inversión en la intimidad. Aveces,

una persona hiere a otra tendiéndole trampas y engaños. Por estas y muchas otras razones es que amistades, sociedades laborales, matrimonios y familias se disuelven.

Trabajar con mujeres de diferentes culturas me ha ayudado a entender cómo enfrentar el dolor causado por estas experiencias de ruptura; y cómo recuperarse del quebranto y aceptar que se puede utilizar el dolor para bendecir a otras mujeres. He aprendido que cuando una relación significativa falla, una parte de nosotras muere con ella. Cuando nuestras relaciones se rompen, nuestros corazones también se resquebrajan. Estamos de duelo. Buscamos maneras de entender qué sucedió. Queremos saber cuál fue el error. Y anhelamos encontrar sanidad para nuestro corazón roto.

Parte del proceso de sanidad que necesitamos para recuperarnos de una relación rota es experimentar la compasión de Dios y su fidelidad para con nosotras. “Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!” (Lam. 3:23, NVI). Dios no nos dejará ni nos olvidará. Cuando nuestras pérdidas nos abruman, podemos acudir a él para obtener ánimo y compasión. Dios promete nunca olvidarnos. “He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros” (Isa. 49:16). Me gusta la frase: “Delante de mí están siempre tus muros”. Estos muros representan los muros de Jerusalén, que fueron destruidos completamente en la época de Isaías. Para afirmarnos con palabras de esperanza, Dios dice que tiene presentes incluso nuestros muros: nuestro dolor, nuestras pérdidas, nuestros miedos, nuestro quebrantamiento, nuestra preocupación y nuestro sufrimiento. ¡Qué promesa tan poderosa! Dios ve nuestros muros. Dios sabe. Dios se preocupa.

Ya que tenemos tan buenas nuevas, ¿cómo podemos compartirlas con las mujeres quebrantadas que nos rodean? Podemos alcanzarlas con compasión y comprensión. Que la próxima vez que una persona quebrantada se acerque a las puertas de nuestra iglesia o de nuestro ministerio, pueda sentir nuestra compasión, nuestra comprensión y la cálida bienvenida que Jesús le está dando. Sueño con que, al crecer en su gracia, hagamos nuestro el ministerio de reflejar su amor y compasión ante quienes nos rodean.


Domingo 1 de octubre 2017 | Devoción Matutina para Jóvenes | Alejandro se reconoce en la profecía


“Cuando este caiga, un tercer reino, representado por el bronce, surgirá para gobernar el mundo” (Daniel 2:39, NTV).

La batalla del 1° de octubre de 331 a.C., en Gaugamela, en la ribera del río Bumodos, entre el ejército persa, a las órdenes de su rey Darío III, y el ejército macedonio, bajo Alejandro Magno, escribió historia… Y también hizo historia profética. Marcó el final del Imperio Persa, y es considerada una obra maestra de la táctica militar y la mayor victoria de Alejandro (las fuerzas persas superaban a su ejército al menos diez a uno).

Desaparecía el Imperio Medo-Persa y comenzaba la hegemonía mundial del Imperio Griego, como las profecías de Daniel lo habían indicado siglos antes.

Durante esta campaña, Alejandro se desvió al sur, y conquistó Tiro y luego Egipto, pasando por la actual Israel. La primera interacción entre Alejandro y los judíos quedó registrada en el Talmud (Yomá 69a) y en el libro Antigüedades de los judíos, del historiador judío Flavio Josefo. En ambos, el sumo sacerdote del Templo de Jerusalén, temiendo que Alejandro destruyera la ciudad, salió a su encuentro antes de que llegara. Flavio Josefo narra este encuentro:

“Alejandro, al contemplar desde lejos […] al sumo sacerdote con […] el turbante en la cabeza y la plancha de oro en su frente en la que estaba escrito el nombre de Dios, se acercó solo y, antes de saludar al sacerdote, veneró este nombre. […]

Los reyes de Siria y los restantes se admiraron, y sospecharon que Alejandro había perdido el espíritu. […] ‘No lo adoré a él -dijo Alejandro-, sino al Dios cuyo sumo sacerdocio ejerce. Lo vi en esta forma, en sueños, en Dión de Macedonia, mientras me preocupaba la forma de apoderarme de toda Asia, y me exhortó a que no dudara, y que procediera confiadamente; él conduciría mi ejército y me entregaría el imperio de los persas. […] Creo que mi expedición se ha realizado por inspiración divina […]’. Luego que dio esta respuesta a Parmenio, entró en la ciudad, dando la derecha al sumo sacerdote y seguido de todos los sacerdotes; subió al Templo y ofreció un sacrificio a Dios, de acuerdo con lo prescrito por el sumo sacerdote y dio pruebas de gran respeto al sumo sacerdote y a los sacerdotes. Le enseñaron el libro de Daniel, en el cual se anuncia que el imperio de los griegos destruirá al de los persas; creyendo que se refería a él, satisfecho, despidió a la multitud” (Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos, t. 2, lib. 11, cap. 8, sec. 5).

Con toda certeza, tal como la profecía se cumplió literalmente hasta ahora, el resto también ocurrirá; especialmente la segunda venida de Cristo, que está a las puertas. MB



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